Dicen que las estadísticas están para romperlas. Bien lo saben Seila Martínez, Guillermo Bajo, Carlos Hernando, Natalia Prieto y Víctor Marina. Los cinco representan la otra cara de la moneda. La de aquellos que un lustro después de licenciarse en la universidad han elegido Aranda de Duero para desarrollar sus proyectos personales y profesionales. Según un estudio realizado por la Fundación Conocimiento y Desarrollo, que preside Ana Patricia Botín, sólo el 40% de los titulados de Castilla y León consigue trabajar en la comunidad autónoma donde se han formado.
Ellos lo hacen desde ámbitos tan diversos como la medicina, la ingeniería industrial o la docencia. Rondan la treintena, han salido, se han curtido, se están formando continuamente, ya suman unos cuantos años de experiencia laboral y ahora asumen puestos de responsabilidad en la capital ribereña.
Detrás de esta vuelta, en la mayoría de los casos, se encuentra el apego a las raíces. Priman valores como la calidad de vida y la comodidad que aporta una ciudad como Aranda. Después de cinco años en Madrid como estudiante y otros ocho más desplazándose prácticamente a diario desde la capital hasta Aranda para ejercer como odontóloga, Seila decantó su balanza hacia la Ribera del Duero. También Carlos tenía muy claro que tras finalizar el MIR en Soria, su lugar no podía ser otro que la comarca.
En otros, como Natalia, cambió Salamanca, su ciudad de origen, por Aranda para labrarse una carrera en la industria farmacéutica.
Sea como fuere, no todo son loas a Aranda. Echan en falta más zonas verdes y un mejor cuidado para las existentes, así como infraestructuras deportivas en los distintos barrios. Por no hablar, lamentan, de las pésimas conexiones tras una década sin tren.
Natalia Prieto, farmacéutica industrial: «Este es un sitio ideal dentro de mi sector»
Natalia Prieto estudió Farmacia en la Universidad de Salamanca. Hizo las prácticas de la carrera en el Hospital Universitario de su ciudad natal. No quería trabajar en una farmacia como titular y tampoco le gustó especialmente el papel que ejerce el farmacéutico en los hospitales. Así las cosas, se presentó al FIR y optó por la especialidad de farmacia industrial. Durante un tiempo ganó experiencia en Navarra, en unos laboratorios que trabajan para una clínica privada, donde se dedicó a I+D, desarrollo galénico y farmacocinética
Dentro de todas las posibilidades que ofrece la industria farmacéutica, ella tenía claro que quería desarrollar su carrera en GSK, por ser una de las empresas mejor valoradas para trabajar, porque abarca toda la complejidad del sector y por emplear productos punteros. «Es el sitio ideal, una de las big 5», defiende.
Casualidades de la vida, una de las sedes de esta multinacional se ubica en Aranda, así que, tras las entrevistas pertinentes, se instaló en la capital ribereña. Ella no tenía preferencias geográficas. Sí laborales. Seis años después aquí continúa. Primero entró como técnico de registros y compliance en el departamento de cumplimiento e introducción de nuevos productos. Desde hace tres años pasó al equipo de auditores internos, aquellos que se dedican a todo lo relativo al cumplimiento con la legislación farmacéutica.
Aun así, asegura que le falta «muchísimo» por aprender y se marca como objetivo certificarse como auditora, un logro que le requerirá otros dos años de preparación adicional. La suya es una especie de carrera de fondo, donde la formación continua es imprescindible. De hecho, remarca que parte de su trabajo consiste en estar al día de todas las actualizaciones y de todo cuanto sucede en el sector de la farmacia industrial ya que en poco tiempo pueden cambiar las circunstancias.
Más allá de la vertiente profesional, Natalia valora la facilidad que ha encontrado en Aranda tanto para hacer actividades fuera del trabajo como para relacionarse.
Carlos Hernando, médico internista: «Me esperaban con los brazos abiertos»
Después de 14 años de formación entre Soria, Bilbao, Valladolid y de nuevo Soria, Carlos Hernando ejerce como médico especializado en Medicina Interna en el Hospital de los Santos Reyes en Aranda de Duero desde este verano. Terminó el MIR en junio y en la capital ribereña le esperaban «con los brazos abiertos». No lo dudó ni un segundo. Aquí están su familia y sus raíces. Recuerda que se estrenó con guardia y valora especialmente la buena acogida que han tenido él y otros compañeros en el departamento. «El ambiente es ideal. La mayoría somos jóvenes con ganas de trabajar», relata.
Carlos estudió primero Fisioterapia en Soria, con una estancia en Bélgica incluida. De ahí dio el salto a Medicina. De cierta forma, lo lleva en los genes. Muchos de sus familiares trabajan en la rama sanitaria. Su padre, por ejemplo, ejerce como médico de familia. «Te lo inculcan desde pequeño y algo de poso siempre queda», cuenta Hernando.
Desde un principio se ha decantado por hospitales de ciudades intermedias, por permitir una mayor cercanía con el paciente. Algo que ha vivido muy de cerca en el Santa Bárbara de la capital soriana y ahora en Aranda. Carlos se define a sí mismo como «muy ribereño». Está muy ligado a su pueblo, Anguix, y asegura que suele fijarse de qué localidad de la comarca procede cada uno de sus pacientes para así generar una mayor confianza y tranquilidad. Siempre con la cercanía por bandera. Si bien también acumula experiencia en grandes hospitales por las rotaciones que ha realizado durante los cinco años de residente.
Vivió el estallido de la pandemia en Soria. Fueron meses «muy duros» ya que la primera ola «nos dio un grandísimo golpe». Desde entonces, continúa, «las sucesivas han sido, de alguna forma, más llevaderas, aunque también duras». De todo este tiempo se lleva consigo un gran aprendizaje, que acompaña con los consejos que le aportan su padre y su mujer, también internista. Dos claves: mucha paciencia y templanza.
Víctor Marina, ingeniero agrícola e industrial: «Sólo los proactivos logran acomodo»
Víctor bien podría ser uno de los pocos afortunados que se ha formado en Castilla y León y, salvo un breve paso por Madrid, ha trabajado de manera continua en su comunidad autónoma. De cierta forma, representa la excepción que confirma la regla, máxime teniendo en cuenta que Madrid acoge a más jóvenes titulados de Castilla y León que cada una de las provincias de la propia región, salvo Valladolid.
Víctor se graduó como ingeniero técnico agrícola en Palencia. Después cursó la superior en la especialidad de organización industrial en Valladolid. Más tarde, estudió un máster sobre dirección de operaciones, además de algún curso de diseño en 3D.
Tras un breve paso por Correos, asumió su primer puesto de responsabilidad como coordinador de producción y calidad en la empresa arandina Citrus. Tenía 25 años. Desde entonces suma y sigue. Su currículum dice que ejerció como responsable de producción en la firma palentina OVLAC durante cinco años, una etapa que le supuso «un gran trampolín de progreso». Allí vivió de primera mano la expansión de una compañía familia que dio el salto al mercado exterior y empezó a incorporar talento de fuera.
El último año y medio engrosó las filas de Ormazábal, en Burgos, también como responsable de producción, gestionando la industrialización de la nueva planta que se instaló en la capital. Un reto que asumió porque le apetecía un cambio profesional y también porque tiene claro que «si quieres crecer, te tienes que mover».
Su último movimiento se ha producido hace apenas un mes al surgirle la oportunidad de volver a casa. Guiado por una mejor calidad de vida, se ha incorporado como ingeniero de proyectos a ACH. «Se trata de una ocasión para formar un proyecto de futuro tanto personal como laboral, en Aranda y en una empresa que está evolucionando», explica. Era el «mix perfecto para dar el salto». Marina pone en valor la «buena salud industrial» de la que goza Aranda pero advierte que la oferta de titulados es mayor a la demanda: «A los jóvenes les diría que solo los más proactivos logran acomodo».
Seila Martínez, odontóloga: «Aranda me aporta estabilidad»
Como tantos y tantos arandinos y ribereños, al cumplir los 18 años, Seila se marchó de Aranda de Duero. Recaló en Madrid para estudiar Odontología. Al terminar la carrera en el año 2011, continuó con un máster en Ciencias Odontológicas que le serviría de trampolín para iniciar su tesis doctoral. Mientras tanto, empezó a trabajar los viernes por la tarde y sábados por la mañana en una clínica dental en la capital ribereña.
El destino quiso que durante una revisión con su dentista de toda la vida, éste le ofreciera hacer prácticas. Ella no dudó. De hecho, aquella relación laboral se mantiene a día de hoy. Entre tanto, Seila ha cursado otro máster de prótesis sobre implantes durante dos años. Y, además de trabajar en la clínica en la que siendo adolescente le pusieron la ortodoncia, lo compaginó durante ocho años con otro empleo en Madrid.
Los viajes entre una ciudad y otra eran prácticamente diarios. Al final, terminó cansada de la carretera. «Fue un agotamiento físico y mental», reconoce Martínez. Así las cosas, entre que en Madrid no acababa de saber cómo enfocar su carrera y que Aranda le ofrecía más estabilidad, se dio cuenta de que la balanza estaba más que decantada. En mayo de 2019, hizo definitivamente las maletas para instalarse en la Ribera del Duero.
En la comarca, como ella misma admite, encontró «paz y tranquilidad». Por fin consiguió olvidarse un poco del coche, de los atascos y del estrés de ir a contrarreloj. A esos valores, se suma la estabilidad económica «que antes no tenía». Pero no sólo eso. Seila se muestra orgullosa del cambio de rumbo que dio a su vida porque ahora disfruta de más tiempo libre para ella, especialmente para practicar deporte. Y eso, en definitiva, se traduce en una mayor calidad de vida.
«Cada etapa de la vida te lleva a valorar unas cosas. Antes Aranda se me quedaba pequeña. Pero cuando venía a descansar me di cuenta de que me aporta lo que necesito para vivir», asegura, sin olvidarse de que la cercanía tanto a Burgos como a Madrid le permite seguir formándose. «Es una buena ciudad», sentencia.
Guillermo Bajo, profesor: «Ahora mismo no me veo fuera de aquí»
Al igual que Seila, Guillermo Bajo también ha encontrado su lugar en Aranda de Duero. De hecho, ahora mismo admite que no se ve fuera de la capital ribereña. Tiene motivos de peso que justifican tal argumento. Este curso ha asumido la dirección pedagógica de Educación Infantil y Primaria en el Colegio Vera Cruz. Un puesto que, a sus 33 años, afronta «con gran responsabilidad y mucha ilusión».
Un gran reto, como el propio Guillermo lo define, que encara en unas circunstancias un tanto complicadas por la pandemia que ha puesto patas arriba el mundo y las restricciones impuestas en el sector educativo para evitar los contagios por covid. Pero a él no le tiembla el pulso.
Se licenció en Magisterio en la Universidad de Valladolid entre los años 2008 y 2011. Cursó la especialidad en lengua extranjera. En su caso, inglés. Después, se marchó un tiempo a vivir a Irlanda para mejorar el dominio del idioma. Volvió a Aranda, sin saber muy bien hacia dónde orientar su carrera. De hecho, estuvo a punto de hacer de nuevo las maletas para regresar a tierras irlandesas. Pero llegó la llamada. Esa llamada que a cualquiera le cambiaría la vida.
Al otro lado del teléfono, el Colegio Vera Cruz. Era mayo de 2014. Y Guillermo aceptó. Después de tantos años como alumno en el colegio, el instituto y la universidad, por fin daría el salto al otro lado. Comenzó con un contrato de relevo… y hasta ahora. Esos primeros años fue tutor de Educación Primaria. Este curso, compagina la dirección con clases de matemáticas.
Cuenta que la relación con los alumnos ha cambiado «mucho». Lejos quedaron las clases magistrales. Ahora se apuesta en mayor medida por la cercanía con el estudiante. «Todo fluye más», asegura al respecto. Hay cosas, eso sí, que no han variado tanto. Aunque la usa mucho menos que la pizarra digital, confiesa que «la tiza sigue teniendo su encanto». Como tampoco ha cambiado el cariño que guarda por el padre Eduardo, quien le dio clase en el Colegio Claret en quinto y sexto. De él mantiene sus dinámicas de aprendizaje.
Fuente: Diario de Burgos